Esa misma noche hicimos un descanso para cenar en Casa Blanca, pequeña aldea que apareció en la oscuridad. Pocos metros más allá el autobús se detuvo, unas luces barraban el paso. Se trataba de otro bus y un camión que no querían avanzar y en pocos minutos cedieron el paso. No faltos de razón, ya que en adelante teníamos 20 kilómetros de camino inundado. Nuestros choferes, con sus mejillas llenas de coca, ni hartos ni perezosos se aventuraron a navegar por esas aguas en la más absoluta oscuridad. Uno observaba como el agua poco a poco engullía la carrocería y se dispuso a hacer unas fotografías. Tres flashes bastaron para que el bus se detuviese. Nos habíamos salido de la carretera.
En su empeño los conductores lograron dejar el navío al borde del volcado. Se alzó una voz que dijo: Todos los hombres fuera! Las mujeres que se sitúen a la derecha del bus! Vamos a jalar! A Uno se le dibujó al instante una sonrisa en la cara. Los autos encallados eran un entretenimiento jocoso que degustaba como ningún otro. Se deshizo del calzado, arremangóse los pantalones y bajó con los demás. Un intento tras otro tirando de una cuerda atada a la carrocería hacia inclinar aún mas su posición. Los mosquitos y cientos de insectos no cesaban de incordiar en las negras y pútridas aguas que no paraban de ascender. En el agua cabezas de supuestos peces surgían de la oscuridad llevándose consigo parte de la fauna que con tanto jaleo se había reunido en su superficie.
De la oscuridad surgió un motorista que nos informaba del desastre, el lugar más cercano era Casa Blanca a media hora caminando entre esas aguas. Formaron un séquito armados con un largo cuchillo para llegar hasta el lugar y pedir ayuda a un aldeano para que nos jalase con su tractor, el cuchillo era para detener a los cocodrilos que osaran atacarles… Esperamos ansiosos en el agua, sin dejar de alumbrar en la oscuridad, pues nosotros no teníamos cuchillos… Llegaron con malas nuevas, en Casa Blanca el conductor del tractor estaba muy borracho y hasta que no amaneciese no nos ayudaría.
Luces se sucedían a ambos lados de la carretera, parecía que otros buses o camiones se querían aventurar a cruzar, y si lo hacían podrían ayudarnos al acercarse. Un tractor llegó a pasar a nuestro lado sin hacer el más mínimo caso a la veintena de personas que desde el agua solicitaban su ayuda… Solo quedaba una opción, picar el suelo tras una rueda trasera para asentar su posición y que el bus no volcara. Tras horas de húmedo trabajo unos cuantos se dirigieron a Casa Blanca para volver con el tractor a la mañana siguiente, el resto con mucho cuidado nos acomodamos en el inclinado navío a descansar.
A la mañana siguiente nos despertaron a voces: hombres y mujeres fuera del bus! Lo que me dejó solo en el navío. Otro autobús había llegado hasta nuestra posición y atamos un cable de acero para que tirase de nosotros… Estábamos on route! Ahora los hombres se situaron en abanico delante de los buses para palpar con los pies el ancho de la calzada. No avanzamos unos metros que el bus que nos ayudó sufrió el mismo destino, pero ahora éramos dos y codo con codo superaríamos esos infortunios.
Con los pies algo doloridos de las cortantes piedras del lecho “marino” y las piernas repletas de vete tu a saber qué animalejos Uno y Tres regresaron a sus asientos. Superadas las inundaciones el camino se presentó más salvaje y abrupto. El día dejó paso a una noche iluminada por una colosal tormenta eléctrica. Los baches no dejaron pegar ojo esa noche y la luz del sol nos trajo unas vistas demoníacas. Estábamos “cerca” de La Paz, empezábamos la ascensión por los Andes… Qué caminos! A un lado paredes con sucesivas cascadas de agua a un palmo del bus, al otro acantilados enfermizos que sorteábamos a pocos milímetros. Tres no cesaba de taparse los ojos y recordaba el pánico vértigo de su progenitora y Uno aparentaba estar tranquilo y sosegado pero yo olía su miedo a kilómetros de distancia. Los tenía por corbata, aunque lo disimulara muy bien.
Más que sorprendidos, el autobús hizo llegada a La Paz, 3.650 metros de altura nos aventuraron en una inmensa ciudad marrón como la tierra de las montañas que daban asiento a millones de casitas de rojizo ladrillo visto que descansaban tranquilas en sus pronunciadas curvas.
(*) A partir de aquí, como veréis en la próxima entrada, perdimos las fotos y deberéis usar vuestra imaginación.
caminante no hay camino, se hace camino al andar, jajaja...cuiden al goscito ese lindo que es tremendo aventurero al igual que los dueños. Magníficas las narraciones de sus andares por esas tierras de Dios...cuidense...y cuiden lo que llevan...cariños Marga
ResponderEliminarLa progenitora está aterrorizada no precisamente de vértigo...
ResponderEliminarEstá bien, vamos a poner al mal tiempo buena cara, nunca mejor dicho. Me ha tranquilizado el hecho de que estas situaciones sean "normales" para los lugareños. De todas formas os deseo lo mejor. Darko, vigilales!!!
Genial!! millor que llegir un llibre d'aventrues. Però he patit amb aquesta historieta!!!
ResponderEliminarUn petonas Ju!!!!
Mireia