lunes, 28 de febrero de 2011

Brasil I

Caluroso día en la aduana, sellos y más sellos en los pasaportes, pese a que el mío no recibió ninguno, era domingo y en el despacho del Instituto Nacional de Seguridad Agrícola no trabajaba nadie. De hecho, se quedaron atónitos cuando vieron mi pasaporte, como si uno no tuviese lo que hay que tener por no ser humano… Así pues con el beneplácito de los guardas nos dispusimos a partir, el problema lo solucionaríamos en adelante.


Tras pocos minutos de autoestop un simpático boxeador judío nos recogió. Uno y yo nos deleitábamos con el inconmensurable Amazonas, con sus tucanes y monos araña saludando desde los márgenes de tan inexorable vía. Tres mientras tanto se empapaba de las vicisitudes Brasileñas de nuestro amigo el contrabandista de joyas preciosas y alcohol, excabeza del Partido Humanista de Manaus. Tras pocas horas llegamos a Boa Vista, ciudad en la que íbamos a pasar unos días pero ésta fuere una opción que desestimamos, pues nuestro infatigable conductor sugirió que partiésemos con él a Presidente Figueiredo al día siguiente, ya qué él, tras descansar en casa de su madre, partiría hacia Manaus, capital del Amazonas, y lo podíamos acompañar.

En Boa Vista, tras recorrer media ciudad en busca de un motel económico, nuestro amigo nos invitó a dormir con su familia, y no contento con eso, también nos invitaron a cenar. Brasil prometía algo que Venezuela, en parte, no nos ofreció, amabilidad y buena gente. Unas pizzas excelentes para cenar y un almuerzo Brasileño al día siguiente nos hicieron cargar fuerzas para afrontar las duras nueve horas de viaje en Pickup que nos esperaban.

Con el trasero dolorido, muy dolorido, llegamos a Presidente Figueiredo. Un lugar turístico, bonito y muy tranquilo que nos ofreció acampar al raso sin ningún tipo de problema. Claro está, seguíamos en el Amazonas, y aquí llueve constantemente, eso es algo a tener en cuenta cuando acampas al raso “sin ningún tipo de problema”.

En éste idílico lugar, disfrutamos de sus Cachoeiras, su fauna amazónica, los manjares locales y la compañía de dos viajeros como nosotros que nos orientaron en nuestros próximos pasos y nos hicieron percibir que habíamos perdido nuestra libreta de viaje, con todos y cada uno de los datos recogidos hasta el momento. Lamentamos su perdida, pero el viaje proseguía, tras cuatro contactos fallidos y la imposibilidad de realizar un ritual de ayahuasca en el lugar partimos hacia Manaus.

Al poco tiempo nuestras opciones de seguir con autoestop se desvanecieron, aunque Uno insistía a Tres, desde la sombra, que debíamos tener paciencia, optamos por coger un taxi. Éste nos dejó en el mismísimo centro de Manaus, ciudad cosmopolita, multicultural, insólitamente superpoblada y mal comunicada.  Allí nos esperaba Bruno, nuestro primer Coachsurfer.

En Manaus amanecía mas tarde y el sol dejó de ser nuestro reloj para dejar paso a las noches largas. En casa de Bruno se estaba cómodo, a la fuerza, porque Uno y Tres empezaron a desenvolverse sin mí, creándome una absoluta dependencia al aire acondicionado. 

Entre autobuses interminables con pasos rotatorios al mas puro estilo metro, descubrían callejuelas, parques, museos, selva, gentes entre el intenso sol del ecuador y plátano frito, con sabor a las rodajas tostadas de berenjena que tanto gustan al hermano de Uno. Y cuando el sol se daba a la fuga, Bruno, nos brindaba su tiempo post-Yamaha. Con él conversaron y cocinaron platos de los dos lados del gran charco, hasta una paella con fumet de Tambaquí que le brindaba un toque lugareño. Descubrir la noche Manauense  y sobretodo, presentaciones, creando cotidianidad. 


De Bruno, mis acompañantes, conocieron a Diego, actor polifacético, componente de Fora Do Eixo, un colectivo de difusión cultural, principalmente joven, característico por tener tendencias bien distintas dependiendo de sus componentes en cada ciudad. Con grandes esfuerzos por romper la barrera lingüística, Diego, les presentó también el grupo de teatro del que participaba y alegró a Tres al descubrir que se trataba de un grupo que simpatizaba con el teatro político. El pletórico encuentro fue colmado con la actuación de Tres en el festival Grito Rock que se celebraba en Manaus y organizaba Fora Do Eixo ese mismo fin de semana. 


Noche de conciertos de grupos rock locales inmortalizadísimos por la fiebre fotográfica de Uno, caipirinha, vodka con leche condensada y plotters, los cuales fueron sujeto para que Tres afirmase contundentemente que detrás de esa gente había una mano generosa por su cantidad y tamaño. 

Un fin de semana completo que, acompañado de una resaca estomacal, continuó con una carnívora comida de sábado y un domingo con obligada pérdida bajo un sol devastador por las calles de Manaus en busca del Bosque de la Ciencia, culminado con una rica barbacoa de Tambaquí, pescado típico de la zona. Y aquí podría finalizar nuestra estancia en Manaus sino fuera porque la combinación resaca, comida y sol provocaron un inesperado y febril empacho a Uno convirtiéndolo en un pequeño monstruo de mal enfermar y a Tres en una madre desesperada obsesionada con el Dengue. Finalmente y después de esa tragicomedia protagonizada por mis payasos preferidos decidimos embarcarnos (literalmente) en el siguiente capítulo.


miércoles, 9 de febrero de 2011

Venezuela

Madrid-Barajas, terminal 1, 11am. Uno, imperturbable, miraba como Tres corría y lloraba de un lado a otro del terminal. Recuerdo el 25 de enero como un día frio en una ciudad desconocida, Madrid. Atrás quedaban horas de infatigable carretera y medios de transporte nunca vistos por mi, pero lo que me deparaba el futuro nada tenia que ver con ese insignificante viaje.

En el terminal, el teléfono móvil saltaba de mano en mano mientras una señora movía la cabeza una y otra vez gastando negaciones. Resultaba que, aún preparándolo todo con tiempo, los papeles recogidos en el banco el pasado viernes, que incluían el código pin y web de la tarjeta, se habían extraviado. Una larga cola de gente frente nosotros iba poco a poco menguando. Tras el mostrador un simpático hombre se apiadaba de nosotros y retrasaba lo que él llamaba “embarque” para que Tres dejase de llorar. Finalmente Tres se acercó a Uno y éste salió corriendo hasta otro mostrador en el que aguardaba una joven señorita de cabellos dorados. Uno alzó la mano con lo que pareció ser un papel y de pronto Tres me abrazó con fuerza. El señor del mostrador salió corriendo y nosotros fuimos tras él, escaleras, pasillos y grandes salas llenas de gente dejamos a nuestras espaldas. La última vez que vi tanta gente reunida en un lugar semejante nos acabamos introduciendo en un gusano gigantesco de ruidosos andares que nos dejaba en lugares diferentes, y muy a mi pesar, creo que Uno y Tres querían subir a los pájaros de metal que observaba tras el cristal.

 
Ahí voy yo! Grrr!
 Llegamos a una sala próxima a los tremendos pájaros de metal, allí Uno me dio una pizca de deliciosa mantequilla y me introdujo en una jaula con un confortable fondo. Para mi desazón vi como me cerraban la puerta y salían corriendo por donde vinimos, nada de esto me gustaba, la angustia se apoderó de mí, pero una extraña somnolencia me inundó cuand...



 Abrí los ojos y me encontré en una sala llena de maletas y un ruido ensordecedor, mi desesperación iba en aumento. Tras unos bruscos movimientos parecía que el ruido disipaba. Entraron unos señores de tez negruna al bajar una puerta de metal. Cargaron jaula y maletas en un auto muy peculiar y  me volvieron a descargar en una sala semejante a la de antes de mi letargo, aunque la gente de este lugar parecía más oscura que en la que me dejaron Uno y Tres. En mi angustiosa espera descargué mi ansiedad contra mi lecho y lo envolví con la furia del musgo hasta hacerlo pedazos, algo que a Uno más tarde no agradaría, pero debían saber que conmigo no se juega.


Tras una larga espera entré en el armario de metal y tras sus puertas recibí a Uno y Tres. No sin mostrarles mi disgusto salí de la jaula y Uno procedió a desmontarla mientras innumerables individuos lo asaltaron para intentar hacer negocio con él. Más tarde llegaría a nosotros la noticia del segundo milagrito del viaje, un generador eléctrico del aeropuerto falló y los pájaros metálicos tras el nuestro no pudieron aterrizar en Caracas.

Uno y Tres parecían inquietos pues creo que alguien no apareció. ¿Nos quedaríamos a dormir en ese enorme y ruidoso sitio? Finalmente uno de los negrunos que querían hacer negocio con ellos se nos llevó en ese angustioso aparato que anda sin patas pequeño y caluroso. 

La noche dejaba a su paso una ciudad infinita de olor a gasolina. Y las calles parecían engullirnos cuando de puerta en puerta la respuesta se repetía; estamos completos. Dormir en la calle no parecía una mala opción para mis acompañantes pero los negrunos sobresaltados les alertaron; ustedes están locos, Caracas es una ciudad muy peligrosa, les van a atracar y violar! Vi en la cara de Tres que discrepaba de esa rotunda afirmación “solo les faltaba afirmar que antes de Chávez no había tanta violencia”. Por fin uno de los morenos, Luís, se apiadó de nosotros y nos propuso dormir en su casa.

            Nos recibió una mujer, la dueña o “negociante” como se hace llamar, su hijo y un par de muchachos. Más tarde también apareció su hija mayor, exuberante venezolana. Luís tiene su habitación alquilada allí. La señora vive del alquiler de las habitaciones de su casa. Es gente que viene y va, nos contó, y por eso tiene la suya cerrada con llave. Después de ver la chiquita estancia de Luís, la señora nos ofreció quedarnos dónde su hijo, que es mas espaciosa y tiene una cama grande. Tranquilos, por fin, cerraron sus ojos dejando en el recuerdo el primer día de nuestra aventura. Por supuesto, el suelo no sería mi cama tampoco esa noche, entre Uno y Tres se duerme mejor.

            El día amaneció caluroso. Un desayuno de ricas arepas, zumo y café acompañaba al sol a tostarnos con sus primeros rayos tropicales. Por delante quedaba un día de andares por esa ciudad de petróleo. Uno y Tres se organizaron pues tocaba establecernos como viajeros preparados. Suerte la nuestra, pues el banco de nuestra tarjeta únicamente posee dos oficinas en representación fuera de España, una en Miami y la otra a dos manzanas de donde nos hospedaban! Solucionado el problema y siguiendo los consejos de un simpático lugareño, Paul, nos dispusimos a partir hacia la costa Caribeña de Choao no sin antes pagar las noches a la señora “negociante”.

            Tras el caluroso taxi hasta la terminal de autobuses cogimos un bus sin problemas para partir a  Maracay, allí pudimos coger el último que llegaba a Choroní pagando un plus por mi plaza y con simétrica fortuna cogimos el último bote hasta Choao, algo así como un carro que surca los mares.

            Noche mágica bajo las estrellas y sobre ellas, pues bajo el bote miles de pequeñas luces saltaban entre los salpicones del oleaje, Uno explicó que se trataba de seres bioluminiscentes, como perritos marinos con lucecitas en la cola, sea lo que fuere se trataba de algo tremendamente embelesador.           Una vez en tierra volví a sentir esa arena Menorquina bajo mis pies y tras correr varios metros muchos amigos surgieron de la oscuridad, levantamos el campamento y descansamos por fin en paz.


            La estancia en Choao os la podéis imaginar, palmeras, pelícanos, pájaros cantarines, reptiles multicolores, peces que quieren escapar del agua, animales noctámbulos misteriosos, el mejor cacao del mundo y frescos cocos recogidos alzando las manos al aire. Un paraíso ciertamente, pero un paraíso sin cajeros y tras dos noches agarramos un bote de vuelta a Choroní. Era económicamente insostenible nuestra estancia en Venezuela ya que NINGUN@ de los que se hacen llamar AMIG@S nos aconsejó que lleváramos euros en metálico pues el cambio de divisas está regulado por el estado y para evitar la fuga de dinero nacional el cambio es extremadamente caro.



            Aquí empezó el viaje más estresante hasta la fecha. Tras dejar Choroní y llegar a Maracay nos dispusimos a llegar a casa de Benjamín, un millar de quilómetros al sur. Probamos de subir en buses expresos pero tras esperarlos las negaciones se repitieron rotundas. Era mi culpa, pero siempre nos quedaba una opción,  con camionetas, los lindos buses con los que hasta ahora habíamos viajado sin problemas. Probamos de llegar tres pueblos más allá pero con desafortunadas respuestas, intentamos llegar dos pueblos más allá con idénticos resultados y finalmente nos resignamos al pueblo más cercano, San Juan de los Morros. La noche caía y las posibilidades menguaban así que la histeria acechaba pues Maracay no parecía un buen lugar para dormir en la calle. Tres empezó a perder la paciencia en el primer bus que se dirigía al lugar, nos condicionaron a ponerme un pañal hecho con una bolsa de plástico pero se negaban a llevarme pues se trataba de una excusa más. A los pasajeros les molesta! dijeron, así pues Tres, entre chillidos, convocó una asamblea para pedir opinión, incluso Uno perdió la paciencia y reprochó que no podían dejarnos llegar allí y no salir! La respuesta fue unánime, yo no les molestaba, pero aún así, el conductor no bajaba del burro. Con tremendo espectáculo algunos lugareños se solidarizaron con la causa y nos dirigieron a otro bus que partía en ese instante. Pocas opciones tuvimos para convencerles pues el bus se puso en marcha al momento. Únicamente quedaba uno y la negociación fue muy contundente. Por las buenas o por las malas! dijo Tres, subimos al bus y si querían que nos bajasen. Momentos más tarde acudieron dos militares armados que circundaban el lugar,  Uno y Tres explicaron con serenidad lo sucedido al soldado y éste obligó al conductor a llevarnos. En su llegada bien merecido tuvimos un pequeño descanso en un motel cercano, pues el día había sido muy largo.

            Abandonamos nuestros aposentos a las 6am ya que la posadera no podía percatarse que un cánido descansaba en sus estancias. En este terminal las posibilidades eran muy escasas debido a su tamaño. Pasamos la mañana de charla histórica Bolivariana con un simpático taxista que bien merecida tenía la docencia en algún colegio del lugar. En su debido momento se volvieron a suceder las negaciones y mentiras, pero esta vez un vendedor ambulante nos sugirió que cogiésemos un bus cercano que nos dejaría en “la bomba”, que por ésta pasan muchos otros buses que nos llevarían a nuestro destino. Para nuestra sorpresa no se trataba de un terminal inmenso, ¡sino mas bien una simple gasolinera en medio de la nada! Nos resignamos y dirigimos a los restaurantes cercanos. Para nuestra sorpresa, y mi grácil efigie, un simpatiquísimo chileno y su jefa, a los que agradaban los perros, se ofrecieron a llevarnos tras su Pickup hasta el Tigre a más de seis horas de allí. ¡Sin duda lo que pareció un milagrito fue un Milagrazo! Pues, como ya nos habían contado en el terminal, ¡una explosión en una fábrica de explosivos cercanos había desviado el trayecto de nuestros salvadores a dicha bomba! Aunque fue un viaje muy duro y caluroso para Uno  para mí, también fue una travesía por los llanos biodivertida y exuberante de naturaleza. Capuchinos y cocodrilos se sucedían en los márgenes de una interminable carretera que ni de lejos hubiésemos podido atravesar en bus. Mientras Tres desahogó sus retardadas ganas de debate durante seis magníficas horas de contraste entre una escuálida declarada y un chileno Chavista. La hospitalidad fue incuantificable pues la noche la pudimos pasar en el hogar de uno de nuestros amigos.


            A la mañana siguiente nos dejaron en la alcabala dirección a Bolívar, allí usamos argumentos poco veraces para que los militares nos ayudaran a subir en una camioneta llena de negrunos que nos dejaría en el próximo peaje. La solución se mostró ante nosotros, autoestop o cola, como llaman aquí, es la respuesta. De nuevo una Pickup nos acercó a Bolívar, aunque ésta nos dejó en lo que dijeron era una zona peligrosa. En medio de la carretera y cercana a un poblado de chabolas. Algo que pareció un disparo sugirió a Tres que hiciese caso a Uno y se alejasen del lugar a pié. Un preocupado camionero nos recogió para llevarnos a una zona más segura, de nuevo un alcabala. En ésta registraron todo nuestro equipaje bajo el desagrado de Tres aunque así se dispusieron a ayudarnos para subir en otra Pickup. Llegados al peaje de Guayana una camioneta nos acercó a la ciudad, pero ésta era demasiado grande para cruzarla y optamos por alcanzar un taxi en la terminal que nos dejase en la próxima alcabala de Upata. Un largo camino de más de siete horas nos separaba de nuestro destino pero un microbús aceptó llevarnos en lo que se convirtió en un infernal trayecto sobrecargado de pasajeros. Con casi tres horas de retraso llegamos a Santa Elena del Uairén y ya que eran altas horas de la noche dormimos en una linda cabaña cercana a la calle.

            Al día siguiente fuimos a casa de Benjamín, una rústica morada de madera enredada de hermosas flores que cuida con esmero la madre de Benjamín, en las laderas de una árida montaña en la Sabana Venezolana. En ésta pudimos relajar nuestros bolsillos y replantear el viaje. Pasamos la frontera en búsqueda de un sabroso Guaraná Brasileño y volvimos para que Uno y Tres se vacunaran de fiebre amarilla. Gestiones, paseos y charlas se sucedieron en casa de nuestro amigo, Clara, su compañera; músicos en expansión gracias a su nueva harmónica, y su simpática familia, Soraida; madre artesana y los pequeños; Samuel, Rebeca y la preciosa Luz. Al sexto día de relax partimos hacía La Quebrada de Jaspe, peculiar lugar de rojos intensos bañados por agua cristalina. Después de despedirnos del bañador de Uno y decidir finalmente que asistiríamos a la fiesta de “Los Dinosaurios” llegó Antoni, un valenciano que había culminado la misma ruta que nosotros pero en el orden inverso por Sudamérica, se movía a través de Couchsurfing y en casa de Benjamín había encontrado su sofá en Santa Elena de Uairén. Nos llenó, emocionado, la libreta de destinos a visitar.


Y tras nuestro último descanso decidimos partir. Brasil nos esperaba!