miércoles, 30 de marzo de 2011

Bolivia V

             De nuevo en el autobús. Esta vez, por suerte, pocas horas dieron paso a nuestro destino. La tercera ciudad más alta del mundo, Potosí, con 4067m. Oscurecía ya en nuestros primeros pasos por las coloniales callejuelas de una ciudad que habíamos imaginado pueblo. Un alojamiento económico acogería nuestro cansancio. Uno y yo decidimos quedarnos descansando, Tres salió a pasear. Potosí anochecía tranquila con el ritmo cuotidiano del final del día, luces cálidas destacaban cuidados edificios, antiguas mansiones de españoles, hoy en día convertidas en museos, y sus 36 iglesias de estilo barroco. Una pareja de jóvenes lanzafuegos disputaban un cómico duelo en la plaza del mercado rodeada por ordenados puestecitos, lo que dio pie a Tres a traernos la cena.


Por la mañana después de mi paseo habitual Uno y Tres se dirigieron al Mirador. Un restaurante en forma de platillo volante coronaba una alta torre con vistas a todo Potosí. Delphine, la amiga francesa del tour por el salar, les había recomendado el sitio. Después de un intento frustrado de llegar a la cima de la torre recordando por enésima vez las alturas asfixiantes de la zona, se abrieron las puertas de un ascensor, manejado por un chavalín, que solo desarrollaba su función cuando los de arriba recordaban que sus clientes de algún modo debían acceder a su establecimiento. Dichosa comida acompañada de vino que indujo a mis acompañantes de una tarde ebria de parloteos hasta la caída del sol.  

Potosí, en quechua potojsi, significa truena, es conocida como ciudad minera. De aquí se obtuvo la plata que enriqueció Europa durante la época colonial. Tanta fue su relevancia que hasta hoy en día es utilizado el dicho de Miguel de Cervantes “Vale un Potosí”. Esta dejó y sigue dejando millones de muertos enterrados en los infinitos huecos del Sumaq Orck’o, Cerro Rico. Con la independencia de Bolivia las explotadas y vacías de plata, minas de Potosí dejaron de estar en manos de los colonizadores españoles y sus trabajadores empezaron a constituirse en cooperativas. Hoy en día sigue siendo así, aunque el relativo término cooperativa deja para los “socios” bien posicionados la opción de explotar el turismo en las minas y cobrar sueldos dignos en detrimento de los “socios” mineros cobrando un mísero sueldo y trabajando en condiciones infrahumanas. Como no, mis acompañantes, parte activa del turismo potosino, después de rebuscar la opción mas económica, compraron un tour de un día para visitar dichoso lugar.

Una furgoneta hacía su primera parada para disfrazar con el traje típico minero; botas, pantalón y chaqueta impermeable, casco y frontal al grupo de expedicionarios. Bien equipados les dirigía hasta la segunda parada, el mercado de la mina. Allí el guía pedía para los compañeros mineros una ofrenda previamente preparada consistente en una botella de soda y una bolsa de coca. Paquete simple. A este se le podía añadir desde alcohol de 96º hasta un kit completo para perforaciones, dinamita, detonador y sulfato de amonio para potenciar la explosión. 



Equipados y provistos de ofrendas, empezaba la ruta por el interior de la mina. La humedad, la oscuridad entrecortada por los rayos de luz de los frontales, las acongojantes explosiones y el polvo, daban la bienvenida a quilómetros y quilómetros de galerías subterráneas e inducían la peligrosa cotidianidad de los trabajadores mineros. La mina activa todavía extraía un compuesta de plomo, pirita, zinc, estaño y en ocasiones algo de plata. Los trabajadores recorrían varios kilómetros para sacar empujando vagonetas llenas con unas 10 toneladas de material y volvían a entrar para cargarlas de nuevo. Acción que llegan a repetir hasta 15 veces diarias. El guía paraba al encuentro de trabajadores para entregarles las ofrendas y pedirles que les contaran su día a día. 


Antes de llegar al final, la ruta llegaba al Dios de las minas, que debido a que en el abecedario Quechua no existe la “D” actualmente lo llaman El Tio, decorado en esta ocasión con serpentinas de los recientes carnavales. Un bondadoso demonio rojo con su miembro destacadamente activo que procura el bienestar de los trabajadores y la fertilidad de la mina. Cuenta la leyenda que un minero cansado y borracho decidió quedarse esa noche a dormir dentro de la mina junto al Tio, al despertar este había sido sodomizado por el mismísimo Dios de las minas, los mineros tienen desde entonces prohibido dormir dentro de esta. Otra leyenda advierte que una vez la mujer de un minero quiso trabajar junto a él cuando la pachamama se puso celosa e izo desaparecer todo el mineral, es por eso que no se permite que las mujeres trabajen en la mina. Así que entre cuentos y ritos terminó la visita no sin antes recopilar un buen muestrario del compuesto desechado a la entrada de esta.


Potosí, aunque bella, no daba más de si, los tres decidimos que había llegado la hora de marchar al siguiente destino, Sucre.

El autobús daba paso entre sus ventanas a un cambio rotundo de paisaje. El desierto silvestre que rodeaba los parajes divisados los últimos tiempos se convertía ahora en verdes bosques y productivos campos de cultivo. La zona enriquecía y Sucre, la primera ciudad de Bolivia, lo confirmaba.
 
Nuestra llegada no fue muy bien recibida, una jauría de perros callejeros dejaría a Uno un recuerdo en su pierna por lo que quedaba de mes.


Sucre, la ciudad blanca, antigua capital y sede ahora del poder judicial, el tribunal agrario y la asamblea constituyente de la nación, todavía conserva la grandilocuencia de esta. Grandes y blancos edificios señoriales presidian calles arregladas con una intensa vida. Al lado de nuestro alojamiento se alzaba el mercado. Dentro colores y olores daban entrada a los diferentes departamentos organizados perfectamente por sus apetitosos productos. En el segundo piso decenas de puestecitos presididos por mesas al estilo cantina ofrecían desayunos y almuerzos típicos y baratos. Al cante de sus menús diarios nos alimentaríamos los próximos días.


La razón fundamental de la visita a Sucre residía en la importancia paleontológica de la zona. Allí se encontraba el yacimiento de huellas de dinosaurio más grande del mundo. Así que sin dilación nos pusimos de nuevo a buscar un tour que nos llevara hasta estas. En estos, nos informaron que el yacimiento de Cal Orck’o, donde se hallaba el mayor registro, no atraería  la atención de Uno, aficionado a la paleontología desde bien chico. Pues las huellas se observan desde 300m de distancia. Debíamos visitar el volcán de Humaca y realizar la caminata por Maragua, en la que podríamos observar y palpar huellas de Saurópodos y Terópodos de hace más de 65 millones de años. Estupefactos nos quedamos al ver que los precios de los tours a Maragua eran desorbitados. Tras un día de búsqueda en una de las agencias encontramos un pequeño Tour para ver un registro de huellas de Saurópodos en el lecho de un rio, pero este no atrajo nuestra atención, las huellas que Uno buscaba eran las de Terópodos. Finalmente en una de las agencias nos propusieron dejar un anuncio para ver si se apuntaba mas gente, cuan mayor fuese el grupo menor el precio.

Por la noche, Uno y Tres me prometieron un deseado paseo por un parque grande con un surtidor con colores y música. Mi paseo pero se vio truncado al paso de una gran manifestación. Estudiantes y docentes de todo Bolivia, antorcha en mano, recorrían las calles de Sucre reclamando una subida superior al 10% del salario mínimo, rechazando los recortes a la autonomía universitaria y algo sobre un seguro médico que hasta el día de hoy nadie nos ha sabido explicar. La facilidad de conseguir dinamita en Bolivia es espectacular. Detrás de la pancarta inicial se congregaban, divididos en subpancartas representantes de las diferentes facultades y para su presentación detonaban cartuchos de dinamita que descontrolados iban a estallar contra los mirones curiosos como nosotros. 

Por la mañana durante el riguroso paseo encontramos un cartel que anunciaba esa misma tarde una charla de Alan Woods en Sucre. Esta venía titulada “Socialismo del Siglo XXI y la Revolución Mundial” y se realizaba en la facultad de sociología. Alan Woods escritor trotskista británico nos sorprendió con una charla simple, repasando la visión actual del socialismo y las revoluciones mundiales, pero con una fuerza extraordinaria de movilización del pueblo Boliviano. Woods asentaba su popularidad por ser asesor tanto de Chávez como de Morales y sin divinizar pero con una crítica constructiva y siempre a favor y en busca del poder del pueblo achacó la responsabilidad de una revolución completa al público asistente como clase obrera consiente. Una bocanada de aire fresco para una Bolivia que está dejando perder un momento crucial entre burócratas, negociaciones, verborrea dialéctica y miedo.  

Los precios no se reducían y las opciones para llegar hasta allí por nuestro propio pie eran nulas. Con resignación, pues para su fin, los precios eran desorbitados, Uno accedió a visitar el Parque Cretácico, donde se hallaban más de 5000 huellas en la ladera de Cal Orck’o. Decepcionante visita en tan minúsculo parque, pero por poco que fuere, quedó saciada la curiosidad de Uno.


El fin de nuestros días en Sucre llegó. No sin antes evidenciarnos que estábamos en un país con un pueblo activo y consiente, tal y como los últimos días nos habían enseñado. Las salidas de la ciudad se hallaban bloqueadas. Seguían las reivindicaciones pero seguía con ellas nuestra particular aventura. 



lunes, 21 de marzo de 2011

Bolivia IV

Como de costumbre las carreteras de Bolivia eran insufribles, el traqueteo constante afectaba a las nalgas delicadas de Uno, herencia de nuestros tiempos de pickup. Poco o nada pudimos descansar pese a viajar en un autobús cama. La llegada a Uyuni se efectuó a las 7am, allí nos esperaban los rrpp de la veintena de Tours que circundaban el lugar. Tres, con cautela, sugirió no precipitarnos y buscar un hostal en el que descansar, pues salir la misma mañana no nos daría margen para comparar las diversas ofertas que nos ofrecían.

Así pues tras un intento fallido “El Salvador” fue el hospedaje donde me aceptaron. Salimos a visitar el lugar, pueblo con industria ferroviaria que a la post se convirtió en el principal destino turístico de Bolivia, el Salar como destino estrella mantenía al centenar de ciudadanos en un entorno inhóspito.
Tras pocos minutos la aldea no daba más de si, un bar llamó la atención de Tres, pues se escuchaba Kop. En éste conocimos a un simpático Dj sevillano, que falto de plata compartió música con el propietario hasta el atardecer a cambio de cerveza. La noche cayó y en ninguna oficina de Turismo nos ofertaron mejor que en la primera, al día siguiente nos dirigiríamos a esta pues parecía la mejor opción.
Con el primer rayo de sol y mi paseo matutino nos apresuramos a sacar plata para realizar tan esperado trayecto. En la oficina que nos ofreció el Tour económico nos negaron el ingreso, pues según ellos nadie se había apuntado en el cupo de seis viajeros necesarios para la salida. Esto hizo precipitar nuestra búsqueda por las oficinas del lugar hasta encontrar una en la que aún aceptaban viajeros. “La Joya del Norte” nos acogió, y pese que a Tres le atrajera la sinceridad del negociante a Uno le inquietaba su desfachatez e efigie. Poco tardó en surgir la hostilidad, tras decirles que en otra oficina nos daban mejor precio el personaje salió de la oficina para buscar otros clientes. A su vuelta nos dijo que fuésemos a la otra oficina, pero Tres no quiso perder la oportunidad, aceptó el precio y esperamos la partida.
Programaron la salida entre 10 y 11am aunque esta se postergó hasta mediodía. Empezaron los retrasos. Los dos autos sin matrícula pronosticaban un viaje no ausente de percances. En pocos minutos llegamos a nuestro primer destino, el cementerio de Trenes de Uyuni, peculiar por el alto nivel de oxidación de los mismos dada la salinidad del lugar. Tras el reportaje fotográfico pertinente salimos en busca del Salar.

Los rumores poco tardaron en dar sus frutos pues a los veinte minutos de nuestra salida el otro auto humeaba, un cable se había quemado… La habilidad de los guías y sus reparaciones espontáneas hacían reprender el viaje en pocos minutos y tras nuestro paso por un mercadillo de suvenires en Colchani pudimos tomar nuestro almuerzo compuesto por una suculenta sopa y un exquisito filete de llama.

Lo que en adelante veríamos dejaría atónito a cualquiera, el Salar de Uyuni es sin duda uno de los lugares más insólitos que hemos divisado nunca, aunque si hablo con propiedad tampoco es que haya visto muchas cosas en mi escaso año de vida. Nos adentramos al Salar hasta el hotel que regentaban unos adinerados japoneses. En este lugar veríamos la más fascinante puesta de sol de nuestras vidas, aunque para Tres lo fuese más si cabe, gracias al THC de los cigarrillos compartidos en el techo del 4x4 en compañía de Holman, Magui y Malena. La tierra fue descrita por Tres como una inmensa cúpula delimitada por el horizonte, el punto donde convergía el reflejo del cielo, pura sensación placenteramente claustrofóbica. Mientras tanto Uno se deleitaba con mi vómito, provocado por la gran ingesta de agua salada del lugar. Su habilidad fue tal que nadie, digo nadie, se percató de la situación.
La noche cayó y una gran tormenta eléctrica se dibujaba en el horizonte. Nuestro descanso recaería en Colchani de nuevo, pues debido a los repetidos retrasos mecánicos no podríamos llegar a Alota para este fin. Un hotel de sal nos acogería para nuestro descanso, no sin antes compartir charlas, juegos de cartas, una interesante variante del pueblo, y mate de coca con punta realizada con alcohol de 96º que unas simpáticas chilenas, Alejandra y su madre, les ofrecieron.

Por la mañana nos dirigimos a San Cristóbal pasando por Uyuni para recoger el que sería nuestro almuerzo. Tras un pequeño descanso nos dirigimos a Alota donde tomamos un suculento almuerzo y dimos largos paseos por sus campos repletos de llamas. No teníamos tiempo que perder pues llevábamos medio día de retraso. Con Gabrienferma partimos hasta El Valle de la Rocas, donde llamarían la atención a Tres por subir a la Roca del Pájaro, peligrosa por su fisionomía.

El día recayó en la visita algo mediocre de diferentes lagunas, Chuluncani, Cañapa, Hedionda, Charcota, Honda y Ramaditas fueron las divisadas entre paisajes cada vez más deslumbrantes. El Árbol de piedra fue nuestro ultimo destino ya apenas sin luz diurna. Muchas fueron las paradas para reparar los autos, frenos, motor y ejes delanteros retrasaban nuestra llegada a la Laguna Colorada a más de 4.200m de altura.
La llegada a nuestro lecho se efectuó tarde, el frío era insoportable y la gente enfermaba uno tras otro, esta vez le tocó a Johny, nuestro amigo Coreano. Dados los incontables retrasos debíamos levantarnos a las 5:30 de la mañana siguiente y como el estado de salud de algunos de los integrantes no era óptimo, únicamente unos cuantos salimos a la merced de la luz de luna llena para degustar un poco de coca (cola) con punta, que más que punta era un puntazo! Madre e hija non stop!
Con lagañas palpitantes nos dirigimos al comedor, panqueques con dulce de leche como desayuno cargarían las pilas para un día inolvidable. Los Geiseres del Sol de Mañana nos encandilarían como aperitivo. Tras de sí nos esperaban unos impagables baños termales en los que nos despediríamos de nuestras amigas chilenas, Delphine y Holman. Pasada una hora nos dirigimos a nuestro último destino, la Laguna Verde a más de 4.400m de altura. Debíamos apresurarnos en nuestro regreso. Nuestras amigas argentinas debían coger un tren para llegar el lunes a tiempo a su facultad. Uno y Tres se encargarían de mantener a Víctor, nuestro pésimo conducto en vilo, pues sin luces de largo alcance, que él aludió que se habían caído, se dormiría constantemente en las más de 7 horas de trayecto hasta Uyuni. Pese a que el otro todo terreno andaba sin frenos, éste, con un conductor más hábil, llegó antes. Una vez en Uyuni, nuestro Tour operator se hallaba cerrado ya que eran las 11pm. Esperamos junto a Ken y Belén la llegada de la propietaria. Indignados por la calidad del mismo y tras recuperar a altas horas de la noche nuestro equipaje regresamos a “El Salvador”.


Tras nuestro descanso y una merecida ducha reclamamos el coste del hospedaje, pues la noche extra en Uyuni no figuraba en nuestros planes. Aquí concluyeron los tres días más deslumbrantes en Bolivia, nuestro próximo destino; Potosí.




domingo, 20 de marzo de 2011

Bolivia III


De nuevo en La Paz, en la terminal para variar, halagos y caricias. Eso sí, esta vez acabé con besos impresos de rojo púrpura en morro y testa. Tres se apresuraba bajo la tormenta para encontrar un hospedaje barato en el que me aceptaran. No tardó en llegar. Cerca nos esperaba una espaciosa pero ruidosa habitación con parquet, gracias a la amable recepcionista del alojamiento Libertad, que no esperaba un señor perro como yo. 

Manuel, un “facebook friend” de Pablo, contacto Madrileño de Tres, les había aconsejado que visitasen Sopocachi, una zona con un interesante ambiente nocturno en La Paz. Allí, mis acompañantes, tomaron asiento en un tenue bar de Jazz con jam session en directo. Tres recordaba las noches barrakas en Madrid y ambos divagaban sobre el sentido del arte cuando la cuenta de las cervezas les obligó a partir. Sin dinero el taxi era inviable. Pronto se vieron andando por las transitadas avenidas de La Paz. Cuando llegas a una gran ciudad y tu primer encuentro con ella es bajo las estrellas, la idea de tomar transporte comunitario parece todo un mundo pero las grandes avenidas de La Paz son un mar de sobrepobladas furgonetas en formato microbús que, como hormiguitas, van recogiendo, al canto de su destino, a los despreocupados viandantes. Eso permitió que Uno y Tres cenaran unas típicas empanadas, a 0’30 euros, al llegar.

A la mañana siguiente empezaron los trámites. Viendo la eficacia de las furgobuses, Uno y Tres, después de llenarme la vejiga con litros de agua, decidieron tomar una para dirigirse a la embajada española. Esta se encontraba también en Sopocachi así que no había pérdida. El problema, pero, fue la gran diferencia entre la dirección y el sentido de la marcha, para sorpresa de mis acompañantes, la periferia de La Paz era su destino. Casas de obra vista y callejuelas sin aceras denotaban las diferencias de clase de la Paz cuidada y limpia que habían visto hasta el momento. Otro comunitario les alcanzó finalmente hasta la embajada. Como no podía ser de otra manera los funcionarios de la embajada española hacen horario de funcionario español, así que estaba cerrada. Volvían ya para recogerme cuando a Uno se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja, con los ojos vidriosos como criatura en vista de caramelos, balbuceó: CROISANTS. En una de las panaderías de la zona vendían tan esperado manjar. Mas tarde descubriríamos, para consuelo de Uno, que no es un alimento exento en Bolivia. 


Al llegar al alojamiento la recepcionista les advirtió que me habían oído llorar. Ignorando la advertencia, después de un ciber descanso que le sirvió a Tres para enterarse que el teatro de Cámara ofrecía una obra de Sartre, volvieron a salir sin mí. Otra recomendación de Manuel fue que visitaran la calle Sagarnaga, popular por sus innumerables tiendecitas resplandecientes de los colores de los souvenirs típicos bolivianos y el Mercado de la Coca donde venden la tan utilizada hoja para el mal de altura. Allí un salado andaluz les entregó un flier de TTkos, un bar cercano que ofrecía una fiesta flamenca esa misma noche. Yo sabía que se enfadarían, que no les gustaría, pero cuando bebo mucha agua y me encierran en un sitio donde no puedo salir, me estreso. Es algo superior a mi. Esa frustración la canalizo negativamente hacía los objetos personales de los culpables de mi sufrimiento. Cuando Uno y Tres llegaron se encontraron que la advertencia de mi llanto, antes ignorada, había echo estragos. La habitación, con hedor a mis efluvios, se presentaba repleta de trocitos de plástico del impermeable y pedazos de la mochila de Uno. Por fin salí a pasear. 

Después de recoger el estropicio se dirigieron al teatro. El primer encuentro con el arte total paceño fue descrito por Tres como una lamentable interpretación tanto actoral como textual en la que dejan a Sartre como un guionista de culebrones. El flier de TTkos seguía latente en su mente así que tomaron dirección a la fiesta flamenca. Un subterráneo decorado acertadamente como una vieja mina dejaba lugar a pequeños espacios entre chill outs y mesas de madera. Una carta con precios aceptables daba entrada a una noche de música flamenca en directo, incansables bailoteos y cocteles… demasiados cocteles para Uno.

 

Pertinente resaca acompañaba una mañana de viernes ajetreada y de cambios. La propietaria del hospedaje no me quería más allí. Nos apresuramos para poder llegar a la Embajada a tiempo, llegábamos tarde. Yo no podía entrar así que Uno y Tres me dejaron atado fuera ante la mirada de una interminable cola de indignados, con razón, bolivianos intentando conseguir visado para volar a España. Mis acompañantes salieron con prisas, debían conseguir fotos carnet antes de que cerraran. No pudo ser, el término “al instante” en Bolivia conlleva otras connotaciones. Hasta el lunes nada. Un kebab bajo un olvidado sol veraniego nos acompañó en la planificación de tres largas semanas antes no llegaran los pasaportes; próxima parada, el salar de Uyuni. 

El cuarto piso sin ascensor y tremendas vistas del alojamiento Arcángel nosrecordó los 3650 metros de La Paz. Como caídos del cielo aparecieron de la mano de Manuel varios contactos con los que compartir experiencias en nuestra estancia en La Paz. Gabriela, una paceña de raíces mejicanas les informó de una obra de teatro que se representaba esa misma noche en La Casa de la Cultura. Tres escenas mudas sacadas de fragmentos de Beckett subieron el listón al teatro local. A la salida un panfleto sobre unos talleres de clown a la orilla del lago Titicaca llamó la atención de mis acompañantes. Gabriela y su amigo estadounidense les llevaron a cenar ricas pizzas y a tomar unas copas en un escondido y selecto pub con un Diógenes con mucha clase, entre charlas sobre política boliviana y conspiraciones sobre desastres naturales conducidas por el tsunami de Japón.


Una mañana de domingo en la cama. Descanso que dejó escapar la posibilidad de recorrer junto con Gabriela el valle de las Ánimas. Grata sorpresa para Tres hablar con Jesús, amigo zevillano-madrileño que les puso en contacto con Mex, argentino, esa misma noche estaban compartiendo, en su casa, junto con su compañero de piso andaluz y su novia venezolana, todos periodistas, una deseada charla sobre el estado actual del gobierno de Evo previo repaso exprés de la historia política contemporánea del país entre vino y pastas de hojaldre. Gran encuentro que daba paso a nuevas experiencias ya que no dudaron en ofrecernos alojamiento a la vuelta de nuestra planificada  ruta por Bolivia.

Amanecimos sonrientes. De nuevo armar el equipaje. Antes de nuestra partida, siguiendo los consejos de Gabriela, nos acercamos a las calles Eloy Salmon. Dos calles con el mismo nombre alojaban varios establecimientos agrupados en formato de pequeños centros comerciales de venta de productos electrónicos a bajo precio. El objetivo, encontrar una nueva cámara para Uno. Después de recorrer una tras otra las tiendas a Uno se le volvió a poner cara de niño y entre abrazos nos ensañó su nueva adquisición. Ya teníamos cámara nueva, menor coste, mejores prestaciones. A la vuelta pasamos a comprarnos unos jerséis, pues en Uyuni se preveía mal tiempo. Y por la Calle de las Brujas y descubrimos entre pócimas unos polvos muy interesantes que nos acompañarían hasta encontrar un buen destino. 


A las 19h salía nuestro autobús. De nuevo nos despedíamos de La Paz, esta vez, pero, con certeza y ganas de volver.  



sábado, 12 de marzo de 2011

Bolivia II


Imagen extraida de google (*)

La Paz, tremenda ciudad, el frío empezó a hacer mella en nuestros huesos, no debíamos perder tiempo. Agarramos un taxi que nos condujo por sus laberínticas calles. En la terminal halagos y caricias se sucedían mientras Tres buscaba un pasaje en el que me aceptaran. En la ciudad volvieron a sucederse las negaciones: perros no! Pero dado que los carnavales ya habían empezado, cientos de pequeñas furgo-taxi buscaban clientes sin cesar anunciando al más puro estilo mercadillo su destino. Un pasaje extra por mi asiento me dio el derecho de registrarme en el formulario de pasajeros.
Cuatro horas más tarde, Oruro hacía aparición envuelto en coloridos fuegos artificiales. Las calles bullían de gente. El alcohol corría por sus aceras. Debíamos unirnos a la fiesta, pero antes necesitábamos encontrar alojamiento. El problema, toda Bolivia y alrededores viene a ver el acontecimiento. Eso dejaba “sin piezas” todos los hostales de la ciudad.
El frio ya había calado hondo, las maletas empezaban a pesar más de la cuenta y Tres, incubando el que sería nuestro acompañante en adelante,  perdía la paciencia… necesitábamos un milagrito más, y sucedió! Unos mochileros que cruzamos nos dijeron que acababan de encontrar alojamiento barato y nos invitaron a acompañarles. El lugar era un salón de fiestas acomodado con decenas de colchonetas en el suelo para acoger a los menos afortunados. Les caí bien, no hubo problema.
Tres se auto medicaba mientras Uno empezaba su reportaje fotográfico carnavalero en el desfile, a una cuadra del hospicio. Al rato Uno vino a buscar a Tres con la cara llena de espuma, el espectáculo era increíble, y claro está, conmigo no contaban. Me ataron a una columna y se fueron de parranda. Las coloridas cofradías desfilaban en una gran avenida custodiada por grandes gradas, que a posteriori observaríamos que ponían asfalto sobre las vías del tren para esta celebración. Los lugareños, ninguno apto para agarrar un auto, invitaron a Uno y Tres a beber de sus mágicos brebajes. Mientras explicaban las diferencias entre cofradías y bailes. Unos representaban a los esclavos negros que dejaron los años del colonialismo, otros venían de colonias españolas que bailaban danzas con un mestizaje flamenco-vaquero y muchas otras de diferentes zonas mineras del estado. Los bailes muy pegadizos animaron a los dos tórtolos a comprarse unos coloridos sombreros de conejo, como si los pantalones cortos no fueran suficiente para delatar lo gringos que eran!

Imagen extraida de google (*)

Leche calienthólica , charlas, bucles espaciotemporales con alcohólicos lugareños y precaución, mucha precaución pues mucha gente nos avisó que en los carnavales hay mucho “valiente” que roba a los extranjeros. La noche terminaba en “El socavón” lugar donde se hallaban las más grandes graderías y puntuaban cada cofradía. Allí se reunían para despedir el primer día de carnaval en lo que llamaban “El Alba”, todos los grupos de músicos que acompañaban a las cofradías tocaban juntos hasta el amanecer.

Socavón
Imagen extraida de google (*)
 Los lugareños, curiosos, no cesaban de preguntar: americanos? Argentinos? Y en una de estas incursiones Uno detuvo su reportaje fotográfico con una pareja curiosa. En medio de la charla un chorro de espuma lo cegó por completo. Limpiose los ojos y buscó al responsable sin divisar sospechosos. Volvió a surgir un chorro de la nada volviendo a cegarlo. Pero esta vez, con la cara llena de espuma pensó que la situación era lo suficientemente cómica como para inmortalizarla, echó mano a su alforja izquierda y la cremallera se hallaba abierta, no estaba la cámara! Palpó la derecha y, abierta, tampoco resguardaba ni el monedero, ni la visa, ni los pasaportes! Furioso empezó a buscar indicios entre el público, alguien tenía que haber visto algo! Tres se percató del asunto y acudió para calmar la situación. No había nada que pudieran hacer en ese momento. Como los ánimos no estaban para seguir la fiesta, calma y cama, por la mañana encontraríamos más claras soluciones.
El sol despuntó y con él despuntó también el catarro incubado a base de frío, cansancio y alcohol. Tres estaba out así que Uno debería espabilarse solo en un día de trámites post-robo. Debían anular la tarjeta de crédito y nuestro celular no funcionaba como deseábamos. Necesitábamos sacar dinero con urgencia para llamar a España. Uno recorrió media ciudad, era domingo y los cajeros ya no disponían de cash. Tras horas de infame búsqueda, pues él también incubaba lo mismo que Tres y los simpáticos lugareños no cesaban de lanzarle globos de agua y espuma siguiendo su inoportuna tradición, lo encontró. Usó un teléfono cercano pero éste no comunicaba con el extranjero. Así pues aprovechó la cercanía del departamento donde se gestionaban las denuncias para poner la suya. El despacho fue fácilmente identificable, era un hervidero de extranjeros. Compartieron infortunios y observaron que la espuma era el método más usado para robar a los visitantes. Una amable compatriota ofreció su celular para llamar a España. La madre de Uno debía mover los hilos para anular la tarjeta aunque no fue necesario.
Era la una y la cola no avanzaba. Del despacho salió el responsable, se iba a almorzar! Sin ganas de mezclarse en el desfile, Uno se dirigió a un Cíber, allí conectó con el mundo y realizó una llamada al banco emisor. Una cosa menos. Salió del Cíber y volvió a la oficina de denuncias, en poco tiempo y tras hacer de intérprete a los extranjeros que allí se hallaban, pudo poner su denuncia, no sin antes comprar en una tienda cercana papel para poder imprimirla…
Era tarde y todos teníamos mucha hambre, Uno se apresuró a volver junto a Tres con comida, un par de hamburguesas serían el final de este dichoso día.



Parecía que los carnavales quedaban en segundo plano entre trámites y resfriados. Tres se sentía mal por no poder gozar de tan esperado acontecimiento, así que junto a Uno se armaron de fuerza y Frenadol y salimos a pasear. La tradición del tercer día de carnaval consistía en la pintoresca Diablada en la antesala del ya conocido “Socavón”. Diferentes cofradías vestidas con espectaculares disfraces daban vueltas en círculos durante media hora ante nuestras miradas encandiladas. Uno volvió a empezar su reportaje fotográfico, esta vez sin soltar la cámara, mientras Tres y yo nos deleitábamos con los tentempiés no aptos para diabéticos que nos iban ofreciendo diferentes vendedores ambulantes. Al poco se puso a llover y nos obligó a regresar. Los días fuertes de Carnaval son los dos primeros, Oruro se masifica durante estos de visitantes y curiosos. Los lugareños aprovechan para convertir sus casas y demás espacios en improvisados hospedajes. Siendo lunes, el nuestro, debía volver a su hacer cotidiano. El diáfano espacio que antes acogía huéspedes era ahora una elegante sala de fiestas con largas mesas de blancos manteles. Era hora de buscar otro sitio.

Los hospedajes, por suerte, volvían a tener “piezas” y después de unas vueltas, Tres consiguió negociar un precio ajustado, dado las fechas y mi presencia. Tranquilos ya con cama y una postergada ducha con agua caliente, pasamos dos repetitivos días de búsqueda de couch, a la espera de información de los contactos en La Paz y merecido descanso acompañados de la programación de TV3 y abundantes comilonas con pollo como live motive.
Debíamos seguir los trámites post-robo en La Paz así que nos despedimos de Oruro, con una sensación agridulce y con el recuerdo, en nuestras mentes, de una “aventura” más.

(*) Debido al robo de la cámara de Uno hemos recurrido a Google para ilustrar un poco la entrada. En adelante las imágenes las tomaremos con la cámara de Tres. Algo que lamentamos porque las fotos del carnaval no tenían precio...