domingo, 20 de marzo de 2011

Bolivia III


De nuevo en La Paz, en la terminal para variar, halagos y caricias. Eso sí, esta vez acabé con besos impresos de rojo púrpura en morro y testa. Tres se apresuraba bajo la tormenta para encontrar un hospedaje barato en el que me aceptaran. No tardó en llegar. Cerca nos esperaba una espaciosa pero ruidosa habitación con parquet, gracias a la amable recepcionista del alojamiento Libertad, que no esperaba un señor perro como yo. 

Manuel, un “facebook friend” de Pablo, contacto Madrileño de Tres, les había aconsejado que visitasen Sopocachi, una zona con un interesante ambiente nocturno en La Paz. Allí, mis acompañantes, tomaron asiento en un tenue bar de Jazz con jam session en directo. Tres recordaba las noches barrakas en Madrid y ambos divagaban sobre el sentido del arte cuando la cuenta de las cervezas les obligó a partir. Sin dinero el taxi era inviable. Pronto se vieron andando por las transitadas avenidas de La Paz. Cuando llegas a una gran ciudad y tu primer encuentro con ella es bajo las estrellas, la idea de tomar transporte comunitario parece todo un mundo pero las grandes avenidas de La Paz son un mar de sobrepobladas furgonetas en formato microbús que, como hormiguitas, van recogiendo, al canto de su destino, a los despreocupados viandantes. Eso permitió que Uno y Tres cenaran unas típicas empanadas, a 0’30 euros, al llegar.

A la mañana siguiente empezaron los trámites. Viendo la eficacia de las furgobuses, Uno y Tres, después de llenarme la vejiga con litros de agua, decidieron tomar una para dirigirse a la embajada española. Esta se encontraba también en Sopocachi así que no había pérdida. El problema, pero, fue la gran diferencia entre la dirección y el sentido de la marcha, para sorpresa de mis acompañantes, la periferia de La Paz era su destino. Casas de obra vista y callejuelas sin aceras denotaban las diferencias de clase de la Paz cuidada y limpia que habían visto hasta el momento. Otro comunitario les alcanzó finalmente hasta la embajada. Como no podía ser de otra manera los funcionarios de la embajada española hacen horario de funcionario español, así que estaba cerrada. Volvían ya para recogerme cuando a Uno se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja, con los ojos vidriosos como criatura en vista de caramelos, balbuceó: CROISANTS. En una de las panaderías de la zona vendían tan esperado manjar. Mas tarde descubriríamos, para consuelo de Uno, que no es un alimento exento en Bolivia. 


Al llegar al alojamiento la recepcionista les advirtió que me habían oído llorar. Ignorando la advertencia, después de un ciber descanso que le sirvió a Tres para enterarse que el teatro de Cámara ofrecía una obra de Sartre, volvieron a salir sin mí. Otra recomendación de Manuel fue que visitaran la calle Sagarnaga, popular por sus innumerables tiendecitas resplandecientes de los colores de los souvenirs típicos bolivianos y el Mercado de la Coca donde venden la tan utilizada hoja para el mal de altura. Allí un salado andaluz les entregó un flier de TTkos, un bar cercano que ofrecía una fiesta flamenca esa misma noche. Yo sabía que se enfadarían, que no les gustaría, pero cuando bebo mucha agua y me encierran en un sitio donde no puedo salir, me estreso. Es algo superior a mi. Esa frustración la canalizo negativamente hacía los objetos personales de los culpables de mi sufrimiento. Cuando Uno y Tres llegaron se encontraron que la advertencia de mi llanto, antes ignorada, había echo estragos. La habitación, con hedor a mis efluvios, se presentaba repleta de trocitos de plástico del impermeable y pedazos de la mochila de Uno. Por fin salí a pasear. 

Después de recoger el estropicio se dirigieron al teatro. El primer encuentro con el arte total paceño fue descrito por Tres como una lamentable interpretación tanto actoral como textual en la que dejan a Sartre como un guionista de culebrones. El flier de TTkos seguía latente en su mente así que tomaron dirección a la fiesta flamenca. Un subterráneo decorado acertadamente como una vieja mina dejaba lugar a pequeños espacios entre chill outs y mesas de madera. Una carta con precios aceptables daba entrada a una noche de música flamenca en directo, incansables bailoteos y cocteles… demasiados cocteles para Uno.

 

Pertinente resaca acompañaba una mañana de viernes ajetreada y de cambios. La propietaria del hospedaje no me quería más allí. Nos apresuramos para poder llegar a la Embajada a tiempo, llegábamos tarde. Yo no podía entrar así que Uno y Tres me dejaron atado fuera ante la mirada de una interminable cola de indignados, con razón, bolivianos intentando conseguir visado para volar a España. Mis acompañantes salieron con prisas, debían conseguir fotos carnet antes de que cerraran. No pudo ser, el término “al instante” en Bolivia conlleva otras connotaciones. Hasta el lunes nada. Un kebab bajo un olvidado sol veraniego nos acompañó en la planificación de tres largas semanas antes no llegaran los pasaportes; próxima parada, el salar de Uyuni. 

El cuarto piso sin ascensor y tremendas vistas del alojamiento Arcángel nosrecordó los 3650 metros de La Paz. Como caídos del cielo aparecieron de la mano de Manuel varios contactos con los que compartir experiencias en nuestra estancia en La Paz. Gabriela, una paceña de raíces mejicanas les informó de una obra de teatro que se representaba esa misma noche en La Casa de la Cultura. Tres escenas mudas sacadas de fragmentos de Beckett subieron el listón al teatro local. A la salida un panfleto sobre unos talleres de clown a la orilla del lago Titicaca llamó la atención de mis acompañantes. Gabriela y su amigo estadounidense les llevaron a cenar ricas pizzas y a tomar unas copas en un escondido y selecto pub con un Diógenes con mucha clase, entre charlas sobre política boliviana y conspiraciones sobre desastres naturales conducidas por el tsunami de Japón.


Una mañana de domingo en la cama. Descanso que dejó escapar la posibilidad de recorrer junto con Gabriela el valle de las Ánimas. Grata sorpresa para Tres hablar con Jesús, amigo zevillano-madrileño que les puso en contacto con Mex, argentino, esa misma noche estaban compartiendo, en su casa, junto con su compañero de piso andaluz y su novia venezolana, todos periodistas, una deseada charla sobre el estado actual del gobierno de Evo previo repaso exprés de la historia política contemporánea del país entre vino y pastas de hojaldre. Gran encuentro que daba paso a nuevas experiencias ya que no dudaron en ofrecernos alojamiento a la vuelta de nuestra planificada  ruta por Bolivia.

Amanecimos sonrientes. De nuevo armar el equipaje. Antes de nuestra partida, siguiendo los consejos de Gabriela, nos acercamos a las calles Eloy Salmon. Dos calles con el mismo nombre alojaban varios establecimientos agrupados en formato de pequeños centros comerciales de venta de productos electrónicos a bajo precio. El objetivo, encontrar una nueva cámara para Uno. Después de recorrer una tras otra las tiendas a Uno se le volvió a poner cara de niño y entre abrazos nos ensañó su nueva adquisición. Ya teníamos cámara nueva, menor coste, mejores prestaciones. A la vuelta pasamos a comprarnos unos jerséis, pues en Uyuni se preveía mal tiempo. Y por la Calle de las Brujas y descubrimos entre pócimas unos polvos muy interesantes que nos acompañarían hasta encontrar un buen destino. 


A las 19h salía nuestro autobús. De nuevo nos despedíamos de La Paz, esta vez, pero, con certeza y ganas de volver.  



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