domingo, 17 de abril de 2011

Bolivia VI

Se paró la bomba de diesel. En el autobús, averiado y sin recambios, esperamos bajo las estrellas hasta que nuestros párpados no pudieron más. Al día siguiente llegábamos por última vez a La Paz.

Allí Tres esperaba celebrar el cumpleaños de Uno, pero no acabaría como hubiese deseado. Esa mañana me dejaron en el hostal, al poco, en el almuerzo, un avispado lugareño robaría el bolso de Tres con uno de los regalos de Uno y otros menesteres en el interior. Mas tarde, por la noche, irían al restaurante Mongo’s para celebrarlo “in private”. A la salida de este, quizás influenciada por cuatro copas de más, Tres insistió en consumir los polvitos mágicos de San Pedro que semanas atrás compramos en El Mercado de las Brujas, Uno, no obstante, se negó en rotuno. Por lo que a él respecta, hábil conocedor de dichas sustancias y sus efectos, no era recomendable consumir dicha sustancia en una ciudad, cuan menos en un hostal con toque de queda a las doce, que ya habíamos sobrepasado holgadamente. Lo que aconteció, tanto para mí como para Uno, fue una noche de insomnio y arduas paranoias. Tras la toma del indigestible cacto, Tres, en lo que pareció un enfado que no tenía que ver con la sustancia ingerida, cogió su equipaje y desapareció del hostal. Mientras tanto Uno se consumía en hogueras de furia por dicho acto que al poco pudo sosegar e intentar dormir para pensar-lo con calma al día siguiente. Poco menos de una hora bastó para que hiciese aparición Tres con sus maletas; “contrólame” dijo… Lo que para Uno y para mí dio por zanjado el día, dormimos mientras ella permaneció en la habitación deleitándose con sus visiones psicodélicas.

Foto de archivo de Mex
A la mañana siguiente nos acogerían en casa de Mex, el argentino televisivo. Allí nos reuniríamos con su compañero andaluz y su respectiva compañera. Para cenar, cuatro invitados de nuestras tierras harían aparición y junto a un simpático hondureño nos pondríamos las botas con Paella y “Pa amb tomaquet”. Era el cumpleaños de Uno y, como no, no pudo faltar una buena tarta de queso para la ocasión. Proseguimos con charlas, cervezas y vino que Tres no pudo digerir, su noche de insomnio anterior la dejó fuera de juego y al rato cambiamos nuestros acompañantes por cálidas sabanas.


En el hogar de Mex disfrutamos de un poco de tranquilidad. Desde allí nos dispusimos a visitar la ciudad, pero Bolivia nos la tenía jugada, como en Sucre encontraríamos museos cerrados uno tras otro. Dado que no tendríamos pasaportes en una semana Uno decidió tatuarse el brazo a bajo coste bolivariano. Recorrimos la ciudad en busca de el mejor tatuador y Marcelo en Pepe’s Tattoo pareció la mejor opción. En poco tiempo tuvimos las ideas y en cuestión de una semana lo tendrían listo. Mientras tanto abandonamos la cálida morada de Mex y ya desde nuestro hostal predilecto “Norte” rebautizado como “Tola” prosiguieron días de frikismo Woldofwarcraftquiano en el ciber para mis acompañantes.

Los días que se prolongaban eternos daban paso a amigables noches en compañía paceña con deliciosas pizzas y trasnochadas de Uno y Tres en discotecas del distrito. El tatuaje no avanzaba, las respuestas se sucedían; “vuelve mañana”… Cansados de tanto ciber y tras pasar la tarde en una pospuesta rúa de carnaval, buscaron alternativas culturales. Pocas habían, pero una obra de Brecht, Opera de tres centavos, haría las delicias de Tres. La noche prometía pero como era de costumbre destrozaron la obra convirtiéndola en una telenovela, que, para sorpresa del público, mis dos acompañantes abandonaron a la mitad.

       Cuando llegaron al hostal una chica harta ebria divagaba en la entrada. Uno y Tres le hicieron caso omiso pese a que esta se dirigiese a Uno con balbuceos incomprensibles. Ya en el patio del hostal Uno hizo mención de la chica; quizás fue feo ignorarla. Tres en la habitación empezó a resentirse y salió en su búsqueda. La chica, una colombiana de poco más de 20 años, entre risas tristes contó a Tres que la acababan de violar en el hostal donde se alojaban ella y su novio. Él, narco de profesión, había partido para Cochabamba en uno de sus encargos de cocaína. Ella estaba sola, indocumentada, sin su equipaje, sin dinero, con heridas en su brazo izquierdo, desesperada, ebria y asustada. Tres decidió acompañarla a su habitación y quedarse con ella hasta que abandonara la botella de vodka y se durmiera. En su dormitorio la chica le contó que 5 de sus 7 hermanos y sus dos mejores amigos, uno de ellos era el padre de su hija de 3 años, fueron asesinados debido al narcotráfico y que desde entonces no podía dormir sola. Así que terminamos durmiendo yo, Uno, Tres y la chica en nuestra cama. Por la mañana intentaríamos ayudarla.


       El lunes era el día en que el tatuaje de Uno debía empezar a marcar su piel, pero no fue posible, Marcelo había “enfermado”. Cansados de esperar, ya que esa misma tarde recuperaron los pasaportes, dieron un ultimátum; “si el martes no tenemos el dibujo nos vamos”. De vuelta al hostal la chica no estaba, tampoco sabíamos como ayudarla, Tres intentó acompañarla al otro hostal y llevarla a la policía, pero con su historial no creíamos que fuera lo más adecuado. El desenlace nos dejó con mal sabor de boca, solo esperar que el tiroteo en Cochabamba entre narcotraficantes colombianos que poco después vimos en las noticias no tuviera ninguna relación con su compañero.

Llegó el martes sin gratas respuestas y nos fuimos a comprar los billetes que nos llevarían a Copacabana. Volvimos a la pizzería de nuestros amigos pero la noche se tornó enfermedad. El día siguiente los tres guardamos cama en tan claustrofóbico hostal y perdimos los billetes que no hubo más remedio que volver a comprar.



Por fin abandonamos La Paz, atrás dejábamos interminables horas de ciber y algún que otro amigo. En Copacabana, lugar turístico por excelencia, nos dirigimos a las horillas del lago Titicaca para embarcarnos a La Isla del Sol. A nuestra llegada la simplicidad de la isla no nos sobrecogió, algo que a la mañana siguiente cambió de perspectiva. Isla cien por cien rural sin un solo automóvil con costas, playas y montañas de espectacular belleza rodeada de pequeños islotes en medio de tan descomunal mar de agua dulce.


Allí sería el lugar elegido por Uno para tomar el tan bien reservado San Pedro. Tremenda insolación bañada en aguas heladas. Búsqueda inexorable de fósiles por Uno y pianos rupestres delirantes de Tres darían paso a la última noche en Bolivia. A la mañana siguiente, de retorno a Copacabana, nos hallábamos sin un bolivariano en el bolsillo y sin posibilidad de sacar en los averiados cajeros de la ciudad. El delicioso y económico restaurante en el que almorzamos sería nuestro salvador, a cambio de una suculenta tasa nos proporcionó el cash necesario para llegar a Perú.

Fue necesario rogar al conductor un buen rato para que me dejasen subir al bus, algo que vaticinó una dura ruta por las vías peruanas. Llegaron las seis y partimos hacia la frontera del que sería un bello país.



 

2 comentarios:

  1. Interesante descripción, nos ubica perfectamente en tiempo y espacio...pero ya tienen los pasaportes? que otros paises les quedan? y el perrito, está bien? lo vi delgado en otras fotos...tendrá parásitos? cuidense y saludos siempre Marga

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  2. El perrito está bien! Ahora estamos en Perú y esperamos pasar por Ecuador y Colombia.

    Un abrazo!

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