Se paró la bomba de diesel. En el autobús, averiado y sin recambios, esperamos bajo las estrellas hasta que nuestros párpados no pudieron más. Al día siguiente llegábamos por última vez a La Paz.
Foto de archivo de Mex |
A la mañana siguiente nos acogerían en casa de Mex, el argentino televisivo. Allí nos reuniríamos con su compañero andaluz y su respectiva compañera. Para cenar, cuatro invitados de nuestras tierras harían aparición y junto a un simpático hondureño nos pondríamos las botas con Paella y “Pa amb tomaquet”. Era el cumpleaños de Uno y, como no, no pudo faltar una buena tarta de queso para la ocasión. Proseguimos con charlas, cervezas y vino que Tres no pudo digerir, su noche de insomnio anterior la dejó fuera de juego y al rato cambiamos nuestros acompañantes por cálidas sabanas.
Los días que se prolongaban eternos daban paso a amigables noches en compañía paceña con deliciosas pizzas y trasnochadas de Uno y Tres en discotecas del distrito. El tatuaje no avanzaba, las respuestas se sucedían; “vuelve mañana”… Cansados de tanto ciber y tras pasar la tarde en una pospuesta rúa de carnaval, buscaron alternativas culturales. Pocas habían, pero una obra de Brecht, Opera de tres centavos, haría las delicias de Tres. La noche prometía pero como era de costumbre destrozaron la obra convirtiéndola en una telenovela, que, para sorpresa del público, mis dos acompañantes abandonaron a la mitad.
El lunes era el día en que el tatuaje de Uno debía empezar a marcar su piel, pero no fue posible, Marcelo había “enfermado”. Cansados de esperar, ya que esa misma tarde recuperaron los pasaportes, dieron un ultimátum; “si el martes no tenemos el dibujo nos vamos”. De vuelta al hostal la chica no estaba, tampoco sabíamos como ayudarla, Tres intentó acompañarla al otro hostal y llevarla a la policía, pero con su historial no creíamos que fuera lo más adecuado. El desenlace nos dejó con mal sabor de boca, solo esperar que el tiroteo en Cochabamba entre narcotraficantes colombianos que poco después vimos en las noticias no tuviera ninguna relación con su compañero.
Llegó el martes sin gratas respuestas y nos fuimos a comprar los billetes que nos llevarían a Copacabana. Volvimos a la pizzería de nuestros amigos pero la noche se tornó enfermedad. El día siguiente los tres guardamos cama en tan claustrofóbico hostal y perdimos los billetes que no hubo más remedio que volver a comprar.
Por fin abandonamos La Paz, atrás dejábamos interminables horas de ciber y algún que otro amigo. En Copacabana, lugar turístico por excelencia, nos dirigimos a las horillas del lago Titicaca para embarcarnos a La Isla del Sol. A nuestra llegada la simplicidad de la isla no nos sobrecogió, algo que a la mañana siguiente cambió de perspectiva. Isla cien por cien rural sin un solo automóvil con costas, playas y montañas de espectacular belleza rodeada de pequeños islotes en medio de tan descomunal mar de agua dulce.
Allí sería el lugar elegido por Uno para tomar el tan bien reservado San Pedro. Tremenda insolación bañada en aguas heladas. Búsqueda inexorable de fósiles por Uno y pianos rupestres delirantes de Tres darían paso a la última noche en Bolivia. A la mañana siguiente, de retorno a Copacabana, nos hallábamos sin un bolivariano en el bolsillo y sin posibilidad de sacar en los averiados cajeros de la ciudad. El delicioso y económico restaurante en el que almorzamos sería nuestro salvador, a cambio de una suculenta tasa nos proporcionó el cash necesario para llegar a Perú.
Fue necesario rogar al conductor un buen rato para que me dejasen subir al bus, algo que vaticinó una dura ruta por las vías peruanas. Llegaron las seis y partimos hacia la frontera del que sería un bello país.
Interesante descripción, nos ubica perfectamente en tiempo y espacio...pero ya tienen los pasaportes? que otros paises les quedan? y el perrito, está bien? lo vi delgado en otras fotos...tendrá parásitos? cuidense y saludos siempre Marga
ResponderEliminarEl perrito está bien! Ahora estamos en Perú y esperamos pasar por Ecuador y Colombia.
ResponderEliminarUn abrazo!