Nuestro destino, Puno, aún quedaba muy lejos. En Desaguadero el bus haría una parada para el sellado de pasaportes. El mío como venía siendo habitual se quedaría sin el suyo. A estas alturas ya no interesaba que se percataran de mi presencia pues hacía tiempo que se podía considerarme un inmigrante ilegal.
Al día siguiente nos presentamos en la terminal. En la agencia de transporte nos negaron la entrada pese a tener los billetes, Tres, tras charlar con los encargados y ver que no cedían salió en búsqueda de un policía. Mientras tanto Uno dialogó de nuevo y al no vislumbrar opción devolvió los billetes. Tres llegó con dos policías, ellos la apoyaron, si teníamos los billetes era su obligación llevarnos. Pero esos billetes ya no los poseíamos cosa que enfureció a Tres. Suerte tuvimos ya que nuestro reloj aún iba con hora boliviana y esa hora de margen permitió a Uno encontrar unos billetes más económicos a la misma hora de salida prevista.
Nos dirigíamos a Cuzco pero debíamos llegar a Abancay, lugar donde nos esperaban Laia y Andreu dos compañeros de Laura, gran amiga de Tres. No nos lo iban a poner fácil. En la terminal de Cuzco las negaciones se volvieron a repetir sin cesar. No podíamos salir de allí. Tres cansada de discutir salió en busca de un taxi y éste nos dijo que existen terminales de combis que, a un precio un poco mayor y menor tiempo, se dirigen a Abancay haciendo transbordo en Curahuassi. Casi cuatro horas más tarde y pagando un asiento extra por mí ya estábamos en “El valle de eterna primavera” capital de Apurimaq. Pocos minutos tras agarrar un taxi hasta la terminal central de Abancay nuestros amigos hicieron aparición.
A las nueve de la mañana nos presentamos en el local. Allí únicamente encontramos a la dueña y no parecía que la combi, aún ausente, fuera a llenarse. Esperamos, pero el tiempo pasaba y únicamente se presentó un muchacho con su caniche enfermo en brazos. De repente, tras una hora y media de espera, llegó una pick-up repleta de policía y funcionarios del ayuntamiento cargados con documentos y cámaras fotográficas. En quince minutos desalojaron a la mujer y clausuraron su local. Pese a esto, la combi se presentó en el lugar y aparcó una cuadra más arriba pues el chofer no quería salir en ninguna foto. No había gente suficiente como para realizar el trayecto en dicho transporte, así que la ya no tan dueña detuvo un taxi para esa labor. Esta no recibió compensación alguna por su trabajo pues faltaba una persona en el taxi, algo que, pese a quien le pese, no nos importó, debíamos iniciar el trayecto o perderíamos el día.
Deshicimos la ruta hasta Cuzco, allí una granizada nos sorprendió y esto ocasionó que nos precipitáramos a coger una combi muy cara en la terminal a Ollantaytambo. Llegamos al lugar dos horas más tarde, un poblado muy lindo y turístico en el mismísimo centro del Valle Sagrado. Este consistía en tres ruinas Incas que rodeaban la zona, pero su precio, idéntico al de Machu Picchu, fue desestimado por mis acompañantes pues tampoco eran tan impresionantes como para ir malgastando soles que buena falta nos harían.
Machu Picchu paraíso de la cultura Inca y actualmente de los seguidores místicos de la dicha, es el máximo exponente turístico del país. Las magníficas ruinas, pero, fueron malvendidas a empresas “inglesas y chilenas” las cuales han hecho su altar a precios desorbitados. La única forma de llegar en transporte hasta la cumbre es en tren. Desestimemos la ruta alternativa que nos demoraría demasiado pues la noche nos caía encima. Así que nos dirigimos a la taquilla para comprar nuestro pasaje. La energía de sus piedras nos removió las entrañas al ver que el pasaje más económico subía a 35 dólares y estos ascendían hasta los 120 en clase exelence para un trayecto de apenas 2 horas.
Nuestra llegada se postergó hasta las dos y media de la madrugada. Allí dudamos si acostarnos ya que pensábamos despertar a las cinco para llegar a la cumbre a la salida del sol. Los ojos cedían así que nos dirigimos a un hostal, que por nuestra sorpresa, tampoco era demasiado caro por los lujos de que disponía y que no aprovecharíamos.
Tras una hora llegábamos arriba. Una gran multitud de turistas de todos los lugares del mundo se desplegaban en grupos para darnos la bienvenida. Nos acercamos dispuestos, por fin, a entrar cuando el portero nos negó el acceso por mi presencia. Este tampoco pretendía ayudarnos, pero después de la subida no estábamos para cuentos, así que entre gritos conseguimos acordar mi estancia durante la visita en compañía del vigilante de seguridad.
El descenso se produjo sin contratiempos. Por el camino nos encontramos unos caramelos de coca abandonados que deleitaron a mis cansados acompañantes. A la llegada al pueblo encontramos de nuevo la pareja de argentinos que nos contaron que habían cambiado de trabajo ya que la dueña del primero era demasiado estricta. Después de almorzar unas pizzas nos dirigimos a consultar nuestra vuelta. Podíamos volver a pie pero Tres dudaba que realmente fuera un camino de dos horas. Así que cogimos billetes hasta Hidroeléctrica, la estación más cercana para iniciar, esta vez sí, la ruta económica la mañana siguiente.
El final de nuestra tortuosa ruta no podía empezar sin algún contratiempo. Unos trabajadores desinformados hicieron que perdiéramos el tren de vuelta, así que después de poner una hoja de reclamaciones a la empresa, empezó el regreso a pié. Hermosa opción de ruta tranquila por un camino ladeado por la vía del tren y el río, nos condujo tras un par de horas a Hidroeléctrica.
A la llegada, por nuestra sorpresa, nos esperaba un taxista que había sido informado el día anterior de nuestra presencia, dos perrofláuticos andan con pasta, perdidos y pardillos por estos lares. Así que nos astilló, de nuevo, un precio descarado para llevarnos hasta Santa María. Allí conseguimos que después de unas horas de frustrante rechazo una familia con el padre taxista nos admitiera en su ruta hacía Cuzco. Las anécdotas de este último trayecto las reduciremos en el olvido del padre de una mochila con mil soles en el pueblo de partida que exigió una vuelta precipitada y nerviosa después de mas de una hora de viaje y el inesperado mareo del hijo y posterior vómito sobre el jersey de Uno que, en un arrebato maternal, Tres puso encima del niño dormido en sus piernas.
De vuelta con nuestros amigos sabadellenses volvimos a encontrarnos sin hospicio, pero, tras charlar con el amo del anterior hostal este tuvo mejor onda al solidarizarse con la causa, pues él había trabajado como educador especial en otro centro de la ciudad. No teníamos tiempo que perder, de allí no saldríamos sin una caja para mi transporte. Esto estresó a Uno y Tres. Pasaron el día en búsqueda de una solución y los herreros de la zona no nos ayudarían, pues solo trabajaban hierro y este pesaba demasiado. Los carpinteros tampoco, pues se demorarían demasiado en construir un cajón. Hasta que finalmente busquemos una plastiquería, tiendas en las que solo comercian con plásticos, y allí encontraríamos un par de barreños de gran tamaño ideales para el ingenio que Uno tenía en mente para mí.
Esa misma noche, con la destreza de Uno en manualidades fabricarían el que iba a ser un tormento para los tres. Con la “jaula” lista ya solo faltaba un sedante para ahorrarme un poco de sufrimiento, Nazca era nuestro próximo destino, un viaje sin duda, acongojante para todos y desquiciante para mí.